Me gusta leer cuando solo mis gatos me rodean. Es como estar en una extraña biblioteca que no existe. Un espacio donde la paz reina, donde el conocimiento aguarda sin prisa alguna. Un lugar donde solamente estás. Hay silencio pero los pequeños y breves ruidos del exterior que son lejanamente perceptibles lo convierten en una ausencia plácida, acompañada. Mis gatos mueven sus orejas, cada uno en un sitio distinto de la sala, y miran hacia esos ruidos como si estuvieran observando algún fantasma. Pero sus ojos son mansos, por momentos los cierran levemente y cuando parece que van a dormirse, miran hacia otro lado. No tienen miedo. Están tranquilos. No tienen prisa. No existe humano sobre la tierra que pueda reconfortarme como lo hacen mis gatos, día tras día, sin que ellos se den cuenta. Menos mal. No sabría cómo, no tendría forma de poder devolvérselo.