El sacrificio a la Verdad

El edificio tenía un enorme agujero en el medio. Un tragaluz iluminaba el montón de monigotes estrellados contra el suelo. Tenían la cabeza rota, los ojos abiertos y fuera de las órbitas. Las cuencas se habían saturado al impactar contra el suelo desde las altas esferas. Sus miembros estaban desarticulados, desencajados de sus respectivos sitios. 
Allí yacía el aborrecible cuerpo del profesorado. Lo habían empujado al vacío una multitud de seres invisibles, sin cara, desculturizados y uniformados, con la mandíbula desencajada.