La salud, de una forma inclusiva, absoluta, es la ausencia de conflicto. Un cáncer es conflicto entre un cuerpo aferrado a la vida naturalmente y una masa cancerosa que intenta eliminarlo. El estrés es el conflicto entre la necesidad de detenerse y descansar frente a la imposibilidad de hacerlo. La depresión es el conflicto entre las ganas de vivir y la ausencia de ganas de seguir viviendo. Pero salud también es salud social, y una sociedad sana es también aquella en la que no existen los conflictos. Aquella en la que la lucha no tiene sentido porque no hay por qué luchar. Pero una sociedad sana es una sociedad utópica, una en la que no es necesario el mal para que exista el bien. Y es utópica porque el hombre individual, a través del cual se constituye lo social, no puede huir del conflicto porque se encuentra, reside en él mismo y es precisamente lo que hace que el individuo humano sea lo que es. Aunque se encontrara la cura a todas las enfermedades, la muerte seguiría existiendo. Y aunque se encontrara la fórmula de la inmortalidad, el hombre seguiría existiendo desde un espíritu crítico innato que niega que las cosas sean como se las entrega la naturaleza. De forma que el hombre es intrínsecamente conflicto. El hombre es, por tanto, intrínsecamente insano. La salud, es, sin embargo, el oponente del hombre y aquello que se le niega absolutamente y es, al mismo tiempo, aquello que busca incesantemente y sobre lo que descansa todo el imperio construido.