El boxeo es el viejo capitalismo moribundo. Nada se puede
hacer ya por él. Que lo dejen morir y hacerse museo, compendio. Pertenece a la
época del sudor y la sangre reales, de las fachadas grises de las peligrosas
urbes del pasado, de los animales degollados por tu madre, por tu abuela. El
boxeo es como ese abuelo peleón que no entiende el juego de los niños que
habitan hoy el mundo entero. El boxeo dice la vida es dura, la vida es
sufrimiento, la vida es ganarse el bocado que uno se lleva a la boca, la vida
es encomendarse a Dios y suplicar fortuna y piedad. El niño de hoy dice que la
vida es juego, la vida es sonrisa, la vida es supermercado, la vida es encomendarse
a los méritos de uno mismo porque el niño es capaz de todo si él se lo propone.
Hoy todo está lleno de sangre, pero es sangre que sonríe, es
sangre decolorada, es sangre blanca o azul. Si la sangre no llora, ¿acaso no es
sangre? Si la sangre es sangre pensada y no sangrante, ¿no es igual
consecuencia de una herida?
Hay que reconocerlo. El mundo es más bonito hoy, nunca fue
más bonito, nunca se pareció tanto al dibujo de un infante, con su casita poligonal,
el gigante sol abrasándolo todo, los monigotes tiesos, bidimensionales,
sonrientes, idealmente escuálidos. Al niño no se le enseña a dibujar la sangre,
no se le enseña la muerte y el niño no dibuja entonces ni sangre ni muerte.
Los niños hoy quieren ser futbolistas. Ayer los hombres
quisieron ser boxeadores.