Dientes

Ya no hay sitio para tanta comedia. La risa se ha convertido en una mueca repugnante, foco de escupitajos de desinterés. Queremos reír. Necesitamos reír porque no hacerlo resulta insoportable. Pero lo insoportable es lo que tenemos. Lo que tenemos es esto y por más que lo ensordezcamos, no tenemos otra cosa. Por más que podamos reír de la comedia, no tiene gracia alguna. Detrás de los pequeños objetos no son los recuerdos los que se esconden, sino una barbarie que acusa nuestras entrañas y que matamos con la risa. Porque, no nos confundamos, asesinatos ha habido muchos por reír, pero a nadie atacamos con nuestra risa hoy sino a nosotros mismos. 
Y solo hay que ver cómo a un muerto de hambre con hijos lo convencen para que invierta miles de horas en la sonrisa de su vástago. Porque en los agujeros de los dientes visibles se acomoda la barbarie, porque si a los dientes de un vástago se los puede comer un bicho invisible, que será de todos nosotros. Lo feo, lo sucio, lo infestado, lo negro, lo manchado, lo hueco, se limpia y se rellena entre blancura y batas blancas. Porque Dios es blanco. Porque la paloma de la paz es blanca. Y porque todo ello nos hace sonreír amablemente con unos limpios y alineados dientes blancos. Y si llegara el día en que uno se atreviera, un solo, a reírse y lo mataran por ello, habría que abrirle la boca para verle los dientes.